Hará unos 3 meses aproximadamente me cansé de tanto fumar. En ningún caso decidí dejarlo, o me preparé para una larga travesía del desierto andando del oasis de la abstinencia, al mar de dunas del síndrome que la precede. Simplemente ese día no compre tabaco. Simplemente no fumé ese día. Ni lo había previsto, ni tan siquiera era mi intención: prometo que fue sin querer. Pero han pasado meses desde entonces y aun no entiendo muy bien porque no he fumado de nuevo.
Los primeros días esperaba enfrentarme a unas ganas desaforadas de retornar a mi vicio: pero sorprendentemente no me abordaron esas pulsiones. Aun hoy las espero. Como mucho unas sensaciones de flato y trabajo constante en mis pulmones, simplemente eso. Mi propósito sigue sin ser el de ser abstemio en humos: al contrario, si me apetece fumaré. Parece que esta libertad que le doy a mi cerebro para hacer lo que le de la gana, es la que impone la disciplina de no fumar. Curioso, al menos; a no ser que tengamos muy claro que en la prohibición anda el 80% de la concesión.
A lo largo de estos tres meses (mas o menos) he probado de volver a experimentar alguna que otra calada a cigarrillos ajenos, y: no, no me apetecía por mucho que me resultara extraño que no me apeteciera.
He leido miles de articulos, oido miles de tópicos acerca del mono, del «efecto brutal» de dejarlo, de la autodisciplina… y me siento raro al no sentir nada de ello. Yo quiero ser fumador y mi mente ha dicho que: -NO, porque lo digo yo!!!
Hoy, tenia el día libre. Después de comer, en las ultimas décadas, el cigarrillo era lo único realmente imprescindible. Así que antes de acabar la comida he decidido, que tras el postre, iría al estanco a comprar una cajetilla de tabaco. Degustaría una copa de buen vino, como sobremesa y la acompañaría del tabaco que tantas veces me acompañó. Así lo he hecho. Sólo por probar.
Mentalizándome de que voy a comprar un cigarro para disfrutarlo, he dejado aireando un Hacienda Lopez de Haro 2006 Reserva, para que sus 20 meses de crianza tuvieran minutos para asomarse al presente y he ido a por mi cajetilla. No estaba funcionando el plan, no conseguía convencerme del todo, no sentía la necesidad. Al comprar me sentía absurdo. Daba igual, los cigarros ya estaban en mi bolsillo. Me ha parecido un gasto excesivo los 4,90 euros. Los casi 8 del Lopez de Haro me parecen mejor gastados, pero en fin: un plan es un plan.
He servido la copa del LOpez de Haro con sus flamantes premios ganados: Rubi brillante y capa no excesivamente alta para un reserva. Muy nítido. Sus aromas frutales y espaciadas, acompañan a los lácteos, ahumados y humedos de las barricas que le cobijaron. Intenso en boca, con el ataque de la fruta roja que aun permanece en la memoria del olfato anterior, avainillado, largo y con un tanino muy bien armonizado en su permanencia amplia.
Este viaje del vino por mi boca, durante años, ha sido el autentico invocador de la lumbre que encendería, sin alternativa posible, un placentero cigarrillo. Así ha sido desde los años 90, y yo fui testigo y protagonista para dar fe de ello. Hoy he encendido ese clásico cigarrillo… No ha funcionado: estaba asqueroso.
¿Acaso no es como el vino? ¿No puedo fumar solo por apetencia una vez a la semana, o dos, igual que las dos o tres botellas que abro a la semana? ¿NO funciona igual? ¿No es acaso el tabaco un placer que si lo moderas en cantidad, aumenta en calidad?…
… Me temo que al primer experimento mi copa de vino ocasional es arte, mi cigarrillo ocasional sigue siendo basura…. pero seguiré informando.
JR
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