Concibo esta entrada de una forma tridimensional; en la que tratare de ubicar en un vértice los vinos, en otro los parajes y en el tercero las sensaciones que los dos primeros evocaron en mi reciente visita a la Toscana.
Elegí la primera semana de octubre para volar a Bergamo. De ahí, un coche de alquiler (imprescindible para el enoturismo en esta región) y cinco días por exprimir. Rumbo sur: sin ideas preconcebidas, sin mapas, sin guías turísticas que consultar y con la cobertura de datos del movil intencionadamente limitada. Solo San Gimignano, Montepulciano y Gevre in Chianti eran citas de visita obligada. Lo demás ya se vería.
Antetodo recomiendo finales de septiembre o principios de octubre (vendimia) para visitar la Toscana. El motivo es obvio, menos gente. Muchisima menos gente. No os preocupéis por el alojamiento, la oferta de fattorias, bodegas y turismo rural en general es absolutamente enorme y adecuada al entorno. Dificilmente encontrareis un «bloque de edificios hoteleros» en medio de la toscana rural, eso no existe, afortunadamente (las ciudades son otro cantar). Os recomiendo firmemente una fattoria (Finca o granja). Pero mi principal recomendación es la de «dejarse llevar» por la carretera, abandonando la tentación de los mapas o GPS.
Tres productos destaco de mi experiencia en la toscana: Los archiconocidos Chiantis y Chiantis clásicos, las vernaccia de San Gimignano y la de Montepulciano.
Empiezo mi trayecto en una fattoria cualquiera: son las 7:30 de la mañana… ¿queréis tener la sensación de belleza y paz extremas? ¿Hace tiempo que buscabais ese momento de aire purificador que limpia todo agobio, toda mala experiencia… que cura? La salida del sol os hará el regalo…
Tras desayunar en la Fattoria llega el momento de partir hacia ningún lugar en concreto, tal vez solo la idea de probar el resultado de los viñedos entre los que hemos visto amanecer. Seguir el rumbo que la Vernaccia nos indica puede ser una buena idea, desde su nacimiento, hasta su encierro en botella. Multiples son las fattorias en las que podréis «hacer parada» y vivir en primera persona el estrés propio de primeros de octubre, época de plena vendimia y elaboración.
Pasead entre las viñas, impregnad el olor a campo, a tierra… juguetear con algún racimo, con el mosto si ya esta elaborado es un precioso paso previo a la posterior cata. No hay problema en obtener el permiso para todo ello. La mayoría de elaboradores están encantados de que llaméis a su puerta y os intereséis por sus productos. La mayoría incluso lo valoran.
Para enfrentaros a los vinos os recomiendo las siguientes localidades: Gevre in Chianti es el centro neurálgico de los productos Chianti y Chianti Classico. El pequeño pueblecito incluye todo lo que un amante de los caldos de la región pueda desear. Existe una Carniceria en la plaza central con dispensadores de decenas de variedades a precios muy económicos para hacer catas comparadas. Justo al lado, el museo del Chianti. Y a pocos kms a la redonda todo lo imaginable para visitar y conocer el producto en profundidad.
Para los blancos obtenidos de las vernaccias lo mejor es establecerse con centro en el espectacular pueblo de San Gimignano. Esta localidad, patrimonio de la Humanidad, os aseguro que pasará a engrosar el catálago de los lugares mas bellos que se guardan en vuestra memoria. Si vais a ir y me aceptáis el consejo, no miréis fotos previamente. Simplemente Llegad y sobrecogeos. En las callejuelas de San gimignano podemos encontrar pequeñas tiendecitas, a modo de enotecas, de abundante variedad y calidad a precios razonables. Las Vernaccias se caracterizan por su sequedad y carácter directo. Florales, algo tenues a mi gusto, tal vez con una pizca de carencia de potencia. Color pajizo apaciguado, tendencia al dorado. Aromas afrutados y florales, con alguna carencia en intensidad pero armonioso. El blanco de la Vernaccia cobra vigor al saber que procede de una variedad ya cultivada por los etruscos. Que su historia es tan larga como la historia del propio pueblo, que tiene el mismo carácter que el sitio que le vio nacer muchos siglos atrás. Una vez más la cultura de un vino, potencia nuestros sentidos sobre ese vino. Trasmite una emotividad directa, recia, ensamblada en la paz de una naturaleza domada por el humano. Evoca los campos de cultivo, los frutales, los calores del verano. Imprescindible emparejarlo con el excepcional aceite de oliva que preside la cocina toscana.
De la familia de los Chiantis me lleve una impresión general un tanto mas apaciguada. En general y, salvo alguna excepción, me parecieron experiencias de cata un tanto carentes de alma. Me parece que necesitan un aporte de variedad y que tal vez, solo tal vez, están anclados en una amplia mayoría en una formula mas anticuada que antigua. Solo fue una experiencia personal la que refleja estas afirmaciones, y sin duda, incentivada por unos precios medio-altos en la mayoría de las unidades de Chiantis. La Sangiovese prodrómica del chianti tal vez de más de sí, de lo que yo fui capaz de experimentar. De todos modos de esa familia «chianti», llena de tradición y prestigio, recomendaría un acercamiento a los «Montalbano» propios de la región de Pistoia.
De las ciudades toscanas creo que poco puedo hablar, que no sea conocido por casi todos: Pisa, Siena, Arezzo, Florencia son templos del turismo masivo y no era ese el espíritu de esta humilde narración… no se corresponden al espíritu de «perderse» tal y como lo concibo aunque su visita es necesariamente obligada.
Me quedo con la sensación de inmensidad de la toscana, de sus cipreses estratégicamente crecidos, con su historia abrumadora, su respeto y orgullo a su tradición… pero antetodo, a esa belleza dócil de una naturaleza perfecta que se ha dejado domar por la mano de la historia humana. Me quedo con la sensación en la boca del placer de estar perdido y desear no encontrar el camino. Tan similar y tan distinto a muchos días y etapas de la vida. Gracias Toscana. Volveré.
JR